Buenas tardes. Agradezco a Marcia de Abreu, Presidenta AMPM, por haberme invitado a participar en esta jornada sobre las Mujeres, el Amor y la Paz. El programa me presenta como teólogo, y así hablaré, como teólogo cristiano. He escrito en últimos años algunos libros que, de alguna forma, se relacionan con el tema, y desde la experiencia que he tenido al pensarlos y redactarlos puedo ofrecer algunas reflexiones. Los libros se titulan:

‒ Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1998
‒ El Camino de la Paz, Khaf, Madrid, 2010
‒ El Más alto camino. Itinerario del amor, Nueva Utopía, Madrid 2012
‒ Las mujeres en la Biblia Judía, Clie, Terrasa 2013

1. Contexto. Los poderes del amor

El amor no se demuestra, sino que se vive y canta, como hace la Biblia Cristiana, cuando presenta en gran Canto al Amor (1 Cor 13). Allí se dice que el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta») que «el amor todo lo puede». Ciertamente, en un sentido, es todo-poderoso. Pero, en otro es impotente, pues,  en contra de lo que hicieron las revoluciones marxistas (que buscaban el poder para cambiar desde el poder la vida de los hombres), el amor no busca el poder, no lo consigue ni administra, sino que ama y transforma a los hombres desde la misma base de la vida, sin necesidad de tomar el poder para ello.

En esa línea se abre un camino difícil e intenso, en el que vinculan, al menos, dos tipos de amor: (a) El amor íntimo,  de persona a persona, amor de enamorados, de amigos… (b) Y el amor “social”,  que se expresa como experiencia y compromiso de ayuda a los menos favorecidos, incluso a través de una transformación social, como  supone Mt 25, 31-46: Amar es dar de comer al hambriento, acoger al exilado, vestir al desnudo, visitar y ayudar al enfermo y encarcelado.

1. En el plano afectivo-sexual estamos todavía presos en un tipo de patriarcalismo que, en el mejor de los casos, se expresaría así. (a) Como amante, el varón debía ser el fuerte: Poderoso en voluntad, claro en ideas, robusto en cuerpo, decidido en sus acciones. Éste es el amor que se impone y expande, desde el varón a la mujer desde los padres hacia los hijos. (b) Por su parte, la mujer tendría que ser cálida, atractiva, acogedora… dejándose querer, pero en la  línea en que le quiere el padre o el marido. Ya sé que no aceptáis este esquema, pero puede servirnos para seguir pensando. ¿Qué se quiere decir cando se dice que el varón será potente y la mujer acogedora? ¿Qué tipo de poder se está presuponiendo? ¿Cómo se vinculan y fecundan potencia y calor, fuerza y afecto.

2. En el plano operativo-personal podríais recordarme algunos pasajes del evangelio, en los que el amor aparece como principio de curación: «Si quieres, puedes curarme». Jesús contesta: «Quiero, queda limpio» o «tu fe te ha salvado». Existe, sin duda, un poder de sanación que se halla unido a la palabra del querer y a la fe que confía en Dios. «Querer es poder», dice el refrán. Se trata, en nuestro caso, de un querer lleno de amor, un «querer de fe» que mueve las montañas, crea mundos y destruye los poderes del mal y del infierno, a través de una palabra creadora. Éste es un poder de afecto. Amar es “querer”, es una “gana” poderosa (Unamuno), es un deseo activo..

3. Amor que cura, San Juan de la cruz.  En nuestro tiempo son muchos los que hablan de la destrucción final, poniendo incluso una fecha de caducidad a la vida humana en el planeta Tierra. Sabemos curar muchas enfermedades, pero no logramos sanar a la humanidad enferma. Ciertamente, seguirá valiendo la medicina científica, con sus operaciones quirúrgicas y sus drogas químicas. Pero eso medicina será incapaz de curar de verdad, si los hombres no aman:

La salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta… La salud del alma es el amor (Juan de la Cruz, Cántico B, 11, 11; Avisos espirituales).

La salud del hombre es el amor. Por eso, los hombres sin amor se hallan enfermos, de manera que viven en situación de muerte. Sólo si acogen el amor y lo cultivan podrán sanar, vivirán curados. En ese contexto hablamos de “salud del amor”, interpretada incluso de manera física, pues el amor que sana es mucho más que una emoción pasajera que viene algunas veces, para desparecer después, dejándonos en manos de un frío cósmico. Por amor nació la vida humana. Sólo por amor se puede mantener, allí donde los hombres y mujeres asumen la tarea de desarrollar la vidaen gratuidad, en esperanza. Con dinero y ciencia los hombres no viven. Con sólo soldados y policía se cierran al amor. Ellos necesitan otra curación, porque la vida es amor y sin amor el hombre muere.

4. Transformación social. En este plano se pueden recordar las palabras de María, la Madre de Jesús: «Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los oprimidos» (Lc 1, 52). El texto alude a la inversión escatológica: Los grandes de este mundo han convertido su poder en instrumento de opresión, de orgullo antidivino, de mentira. Por eso, la venida de Dios cambia las cosas: Asciende a los pequeños-oprimidos y, partiendo de ellos, crea sobre el mundo un tipo de humanidad reconciliada. Ésta es la palabra del amor que invierte las condiciones sociales, el anuncio de un poder de gracia que se expresa a través de la trasformación radical, de tipo ético, sin necesidad de tomar los resortes del Estado, desde la misma raíz de la existencia humana.

 2. Amor, principio del ser

En ese fondo quiero recordar algunas disputas religiosas que surgieron entre las grandes confesiones cristianas de occidente. Los protestantes, más centrados en la cruz, han resaltado la impotencia de Jesús: Frente a todos los poderes de la tierra está el supremo abajamiento de su muerte, la palabra que se quiebra, la fuerza que se acaba; pues bien, a fin de compensar esa impotencia de Jesús, han destacado a veces la potencia de Dios, de tal manera que, miradas las cosas de una forma general, dan la impresión de estar subordinando el amor a su potencia soberana, actualizada de manera más o menos arbitraria. Los católicos, al menos en principio, han querido seguir vinculando el amor al poder, dentro de una visión  más ontológica de la realidad, como seguiremos indicando. ¿Qué es lo primero en la vida?

1. En el principio pusieron algunos el ser. Filósofos griegos y muchos escolásticos cristianos (en la línea de Tomás de Aquino: 1225-1274) pensaron que el amor ha de entenderse desde el ser, en un mundo entendido como un orden, expresado a modo de materia-forma, acto­-potencia. Desde esa perspectiva, la potencia significa la capacidad que los seres tienen de realizarse, sea de un modo pasivo (capacidad de ser cambiado), sea de un modo activo (capacidad de actuar y cambiarse). En un caso o en otro, el ser impone su poder sobre las cosas, de tal forma que el amor es sólo un dato consecuente, la armonía del conjunto, su flujo y su reflujo, su equilibrio de momentos. Las cosas son lo que son y el hombre resulta incapaz de transformarlas. Eso significa que el amor se encuentra sometido a los dictados del ser, interpretándose en función de algo anterior, de la ontología.

2. En el principio es la voluntad. La filosofía moderna, partiendo también de algunos escolásticos (como San Buenaventuras: 1221-1274) ha invertido esa postura, presentando la voluntad como principio del ser. Por encima del dictado de las cosas está el poder del hombre que las piensa, las modela, las transforma. Esta inversión se hace consciente en el kantismo: La verdad no es resultado del influjo de las cosas sobre el hombre sino efecto del proceso creador del hombre que se impone por encima de las cosas. En el campo de la voluntad esto se vuelve todavía más patente. Piensa en la Crítica de la razón práctica de Kant (1724-1804) y, sobre todo, en Schopenhauer (1788-1860) que interpreta el ser como expresión de la gran volun­tad original. Al final de ese camino F. Nietzsche (1844-1900) ha interpretado la voluntad de poder como principio de las cosas. El hombre es poder, el amor es debilidad o consecuencia.

3. El principio es la palabra de amor. Estoy seguro de que surge, ha de surgir, un tercer tiempo en que el amor será principio y sentido de las cosas. ¿No te han dado miedo las posturas anteriores? A mí me parecen impositivas: tengo miedo de un ser que se me impone desde el cosmos como todo en el que debo realizarme. También me aterra una visión del poder-de-voluntad como principio absoluto de las cosas. En contra de eso, estoy convencido de que en el amor hay algo que desborda los princi­pios naturales y el poder de la voluntad. Así pongo en el principio la Palabra (cf. Jn 1, 1), pero una palabra que es fuente de amor, diálogo. Más aún, tengo la certeza de que estamos avanzando hacia un tercer estado de la historia en el que pueda desplegarse la potencia del amor como palabra creadora y comunión.

Desde ese fondo ofrezco dos afirmaciones básicas. 1. El amor es principio del ser y no a la inversa, en contra de una ontología griega. 2. El amor el principio de la voluntad y no a la inversa, poniéndome así en contra de gran parte del pensamiento moderno.   En el principio está el amor y de su entraña brota el ser y la potencia creadora de los hombres. Si hubiera ser antes que amor nos hundiríamos en la angustia de un fatalismo sin remedio.   

3. Amor creador, amar para “ser” (amar antes que ser)

No “somos” primero y después amamos, sino que amamos y porque amamos somos. Por eso digo que el amor es el poder originario, el principio del ser y el fundamento de la voluntad, pues el amor es Dios (Dios es Amor,  cf. 1 Jn 4, 7-70), como destacaré ofreciendo, como tú me pedías, una breve paráfrasis de 1 Cor 13:

1. El amor todo lo cree (y lo crea). Por técnica y ciencia, el hombre puede construir maravillosos edificios de armonía, bienes materiales, equili­brios sociales. A través de su voluntad, el hombre puede cambiar las estructuras materiales de la tierra, ordenar la economía, dominar los pueblos. Pero sólo por éxtasis de amor surge la vida, el hombre crea. Amar es engen­drar (crear) en belleza. Desde la suprema transparencia del encuentro entre personas brota vida, nueva vida, nacen hijos. Amar es engendrar, bien lo sabes, no hace falta que ahora venga a precisarlo.  Esto significa que el amor es el poder originario. En el principio no es el diablo, ni las fuerzas de la vida, ni el rodar de la materia, sino el amor gratificante del Padre Dios (según los cristianos).

2. El amor todo lo redime: No sólo es un poder de creación, sino fuerza que recrea, acoge a los perdidos, les asume, les eleva. Sabes bien que el verdadero amor respeta, deja que seamos en libertad, nos permite realizarnos en el riesgo. Pero sabes igualmente que no se ha limitado a respetarnos, dejándonos caídos, sino que viene hasta nosotros, participa en nuestro propio sufrimiento y nos ofrece un lugar en su existencia. Amar es “seguir creando”, acompañando al hijo en los riesgos de la vida, consolando en las caídas, con-sufriendo desde el fondo de su mismo sufrimiento. El amor nunca violenta desde fuera, ni oprime con imposiciones, sino que renuncia a su fuerza y se hace vida compartida y redentora entre pobres, sufrientes y perdidos. Esto significa que es potencia salvadora. En el centro de este mundo no está el mal, ni la caída de Adán, ni la opresión de los que intentan pasar por poderosos, ni la lucha entre las clases… En el centro de la historia está el amor de los hombres y mujeres.

3. El amor todo lo potencia. No basta redimir de forma externa.Hace falta una presencia incitadora, una exigencia. Sólo sabe amar de veras aquel que, sin violencia, capacita a los demás a fin de que realicen lo más grande y tiendan a la plenitud de sí mismos. El amor es, según eso, fuerza de transfor­mación de la realidad, poder que nos capacita para suscitar un orden de sentido en la batalla de este mundo donde tantas veces nos angustia la visión del hombre como lobo para el hombre.    El mismo poder de amor suscita nuevas estructuras de vida, formas de existencia más transparente, abiertas a los demás, gratuitas, creadoras.  

4. El amor todo lo culmina. Se piensa a veces que el amor acaba siendo empeño inútil: Hemos querido transformar el mundo y al final nos encontramos con la misma ley del cosmos que parece burlarse fríamente de nosotros, pues no hay amor en nada. Hemos querido construir una existencia más perfecta y al final sólo encontramos huellas de barbarie. ¿Dónde está el sentido de eso? Yo respondo: ¡En el amor! Deja que concrete la respuesta. Quien siembra en cosmos recolec­ta en cosmos; quien sólo siembra voluntad no encontrará más que su propia voluntad. Por el contrario, quien siembra en amor o, mejor dicho, quien deja que le siembren en amor, cosecha en comunión la vida perdurable.  La creación de Dios, la redención de Cristo, la animación del Espíritu se expresan y culminan en la comunión de amor de Dios, que es omnipotente porque, a través de un proceso de creación-redención-santificación, se desvela como encuentro de amor en el que todo surge y donde todo se culmina. Las restantes cosas pasan: La fe como visión en sombra, la experiencia carismática del mundo, los trabajos duros, la espe­ranza incierta… Al final sólo queda el amor como fuente de ser y voluntad, de vida y sentido, comunión de Padre, Hijo y Espíritu santo.

4. Amor divino, amor cósmico, amor humano

Una sentencia dice: «Todo poder corrompe; Dios es el máximo poder; luego es también la corrupción más grande». Pues bien, he de añadir que esa sentencia es falsa o, por lo menos, muy parcial. Sin duda, un poder que se sitúa por encima de la ley, y se mantiene a costa de otros hombres acaba corrompiendo; en esa línea, un tipo de hombre de la modernidad se ha vuelto casi absoluto, en línea de dominio, corriendo el riesgo de destruir toda vida. Pero, en contra de eso, quiero afirmar que hay un poder de amor (Amor-Poder) que es bueno, porque crea, y se expresa en nuestra vida, especialmente a través de la mujer, más centrada en el ser y el amor que en el hacer (más propio en nuestra cultura del varón). Desde ese fondo puedo y debo hablar de un poder de amor humano que es también muy bueno, poder que se funda en la naturaleza, se expresa en las relaciones mutuas y debe culminar en una cultura de amor:

1. Estamos inmersos en el amor cósmico, un poder de amor que actúa en la naturaleza. Es un amor “natural” al que debemos volver para tomar fuerzas, pero no para quedar allí, sino para recrearlo (y recrearnos) desde la gratuidad de amor de Cristo. Nosotros, hombres y mujeres de la modernidad, que nos hemos perdido tantas veces en las mallas de las propias creaciones arbitrarias, nosotros, destructores compulsivos a lo largo de un proceso de expoliación de la naturaleza, debemos encontrar de nuevo la manera de escucharla y respetarla, agradecidos y amorosos, descubriendo en ella un signo de la voluntad de Dios que nos funda en la vida.

2. Hay un amor humano, de hombre y mujer, de persona y personaEn contra de aquellos que afirman que al principio está la división materia-forma, la lucha entre ideas o el enfrentamiento de clases, quiero afirmar que está división y lucha/encuentro entre los sexos. Ya sé que ese principio no se puede tomar de una manera cronológica, ni puede interpretarse con categorías ontológicas, fijadas para siempre. Ese principio se despliega y explicita en un camino en el que seguimos inmersos. En esa línea,  (a) Ruptura humana, dos sexos. Varón y mujer siguen siendo mundo, pero enfrentados al mundo por su interioridad. (b) Complementariedad personal. Hombre y mujer sólo pueden distanciarse del mundo en la medida en que se distancian y vinculan uno frente al otro, en clave personal. (c) Ruptura y apertura  trascendente. Hombres y mujeres, vinculados entre sí y distintos, pueden descubrirse y se descubren separados y unidos frente a su origen (Dios). 

3. El amor está vinculado a la diferencia y unidad humana, sexo y amor. Llegada a un nivel, a fin de especializarse y producir seres más complejos, la naturaleza se ha dualizado. Surgen macho y hembra, como expresiones complementarias de la riqueza de la especie, cuya “perfección” no se expresa ya por separado, en cada individuos sino que han de tomarse al menos dos (uno masculino, otro femenino) para que se exprese toda su riqueza y para que su vida se despliegue. Sólo unidos, macho y hembra, constituyen el todo de la especie, gozan de realidad y pueden engen­drar la vida. Este primer momento de complementariedad dual resulta básico para entender la vida humana. La verdad de tu ser no consiste en que habites sola y suficiente, pues Dios (la vida) nos ha creado varón y mujer (cf. Gen 1, 27). Eso significa que una parcela de tu ser (tu realidad y plenitud) se encuentre fuera de ti: para hallarte has de perderte, salir fuera y encontrar en otro (desde otro) aquello que buscas y te falta.

4. Momento psicológico: género. A nivel humano, la dualidad sexual, de tipo más biológico, genera (o deja ver) formas distintas de individuación psicológica, que suelen llamarse “género”. Todo el mundo sabe que existen rasgos más propios de varón o de mujer, pero nadie puede distinguir perfecta­mente lo que es natural y cultural. De ello se ocupan antropólogos y psicólogos, sociólogos y teólogos, por poner unos ejemplos, desde perspectivas diferentes: Unos quieren explicar la diferencia a partir de caracteres naturales permanentes; otros prefieren afirmar que todo es cultura, excepto el aspecto biológico. Muchos afirman, con buenas razones, que el género femenino ha sido oprimido en los últimos milenios (tras un pretendido matriarcado antiguo). El tema es complejo, es arriesgado disociar naturaleza de cultura, pues el ser humano se ha venido a conformar en un proceso histórico, de forma que la misma distinción de varón y mujer depende en gran medida de nosotros: Varones y mujeres del futuro serán lo que ellos quieran… Tendrán los mismos derechos y las mismas posibilidades, pero es muy posible que quieran volverse todavía más distintos que ahora, con aspectos y riquezas diferentes, de tal forma que se atraigan y completen de una forma aún más intensa. El amor seguirá siendo descubrimiento y cultivo de la unidad (unión) en la diferencia.

 5. Apertura trascendente. Para hombres y mujeres, el sexo no es puramente biológico, sino que aparece como signo de vinculación cósmica, dualidad personal e incluso (¿sobre todo?) de experiencia superior, de trascendencia. Como he dicho, el sexo humano se encuentra vinculado al origen dual de la vida, y a la relación personal (que se expresa como diálogo, especialmente entre varones y mujeres). Pues bien, varones y/o mujeres, unidos por el sexo en comunión personal, siguen hallándose abiertos hacia un plano radical de trascendencia. En esa línea, el amor nos abre hacia un espacio que, en palabra rica pero ambigua, pudiera llamar «espiritual». Ciertamente, en un sentido, el sexo es materia, se sitúa en un plano de carne, mientras que espíritu es inmaterial, separado del sexo. Pero, en otra línea, el Espíritu de Dios no es material ni inmaterial, sino poder integral de realización, el Principio o Fuerza de la Vida, que se expresa en la plenitud de ser humano, varón y/o mujer, en un nivel integral de comunión/comunicación (lenguaje) de sexo.

Tarea final.

Dentro de poco, quizá a la vuelta de cíen años, podemos habernos destruido, si dejamos que un potencial de ser violento nos domine. Pero si nos decidimos a crear amor, amando como Jesús a los últimos del mundo, no para tomar el poder sino para recrearlo, este mundo ya no será un mosaico perverso, irracional y combativo, de potencias destructoras: Habrá cesado la carrera de armamentos, no habrá fronteras estatales, ni un sistema financiero de muerte; cada pueblo mantendrá en paz su ritmo cultural entre los pueblos. Sin duda, tengo miedo del proceso: los avances de la técnica se emplean hoy para matar y violentar; si nos vence la veta irracional de la racionalidad somos capaces de cortar el hilo de la vida y destruirnos… Pero bien, a pesar de las señales alarmantes, yo creo que hay una voluntad social que es positiva, y que irá trazando sobre el mundo un arco de equilibrio en que todos podrán cubrir sus necesidades básicas en concordia. Esta nueva cultura de amor sólo será posible allí donde los hombres quieran que el amor se manifieste como voluntad de vida y concordia, en un camino de avance fascinante hacia las profundidades inson­dables de lo humano que sólo entonces  podrán manifestarse. Estamos ante un reto de magnitud insospechada. En un principio, el hombre se ocupaba casi totalmente en la tarea de encontrarse a sí mismo, perviviendo y realizándose, en el fondo de una vida natural enigmática y a menudo adversa. En estos últimos siglos se ha mostrado absorto en la tarea de expresar su voluntad a través de una serie de gestos de dominio: conquistas, avances, revoluciones…