Palabras de bienvenida

La Mujer en la India: entre la tradición y la modernidad

Por Marcia de Abreu

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            Señoras y señores, amigos y amigas. Estoy encantada de darles la bienvenida a la jornada de hoy con el tema “La Mujer en la India: entre la Tradición y la Modernidad” en nombre de la AMPM, de UPF y de todas las ONGs que colaboran en este acto.

  Esta jornada encaja en el objetivo de nuestra organización internacional de fomentar la relación entre los pueblos. Consideramos que este tipo de actividades nos entrena para romper las barreras que existen en todos los ámbitos de la vida.

   La decisión de dedicar este encuentro a la mujer de la India obedece al interés derivado de acontecimientos recientes. La agresión y asesinato de Amanat,  una estudiante india de 23 años, que fue violada y torturada por un grupo en un autobús en diciembre de 2012 en Nueva Delhi y la violación por un grupo de hombres  de una periodista de 20 años en Bombay ha puesto el foco de atención en India, ese gran país, que ha aportado y aporta muchas grandes cosas a la Humanidad pero en el que, como en muchos otros  países del mundo,  existe también  el abuso y maltrato a la mujer.

   Hace algunos días,  una mujer que ocupa una importante posición, me decía: ‘Actualmente,  hay muchas organizaciones de mujeres que están haciendo un gran trabajo para promover a la mujer. Pero, dime si podéis hacer algo para crear hombres ideales.’ 

   Pensé que me sentiría honrada en asumir ese reto y proponéroslo también a vosotras. Eso es lo que os digo ahora: Debemos trabajar juntas e impulsar la creación de hombres ideales en el mundo.

 Ahora bien, si pretendemos un mundo ideal con hombres ideales, entonces debemos ser nosotras, también, mujeres ideales, mujeres que son reconocidas por su dignidad

  La palabra dignidad proviene del latín ‘dignus’ que significa ‘valor’. Por lo tanto, para lograr dignidad, tenemos que ser mujeres de valor.

   Cuando analizamos la vida de las grandes mujeres de la historia, observamos que tuvieron que luchar muy duramente para que se les reconociera. Ellas tuvieron que sembrar en tierra árida y hostil. No obstante, lograron, con el tiempo, el reconocimiento de su dignidad o valor.

   Pensemos en la Madre Teresa de Calcuta. Madre Teresa nació en 1910 en Macedonia en la actual Kopje. Fundó las Misioneras de la Caridad en 1950 en Calcuta, India y sirvió a los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos.

   Pensemos en Catherine Booth, fundadora del Ejército de Salvación en los EEUU; en Rosa Parks, que luchó por los derechos civiles en los EEUU; ; en Clara Campoamor, nacida en 1888, defensora de los derechos de la mujer y principal impulsora del sufragio universal en España, instituido en 1931.

     Tenemos muchos ejemplos de grandes mujeres en todas las culturas y países.

     Sin embargo, la realidad es que la mayor parte de  culturas, tradiciones y religiones del mundo, no han sido capaces de abrazar a lo femenino  como una parte vital e integral de la vida, y han instigado la idea, consciente o inconscientemente, de que la mujer es inferior al hombre. Ese pensamiento ha estado y continúa estando en la mente de muchos hombres y mujeres en todo el mundo.

    Afortunadamente, hoy en día, hay otra visión cada vez más generalizada, que nos permite ver a la mujer junto al hombre, como un bello paquete de complementarios, donde juntos pueden recuperar la dignidad que el ser humano perdió al crear un mundo de conflictos, guerra y explotación.

     De hecho ese enfoque, concuerda perfectamente con la tradicional visión religiosa, según la cual Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, hombre y mujer los creó, reflejando ambos con igual valor, la esencia de lo masculino y de lo femenino que se halla en Dios y ambos, por tanto, de igual valor.

  Las mujeres tenemos un importante papel que cumplir si deseamos acabar con el dolor, el odio y el sufrimiento causados por tantos malentendidos en la historia. Necesitamos tener voz y presencia en las diferentes áreas de la actividad humana, no solo en el contexto familiar.

  La construcción de un mundo libre de violencia y odio pasa por nosotras: esa construcción empieza por uno mismo, por mí misma, por cada una de nosotras.

   El universo y la vida implican  movimiento y transformación permanentes.

  El ser humano se debate entre dos fuerzas, que remueven lo más profundo de su ser, y que son las fuerzas de la tradición y de la innovación.

  Tradición son todas aquellas cosas que hemos heredado de los que nos antecedieron: conocimientos, pautas de comportamientos, sentimientos, actitudes, valores, principios, objetos, etc. con las cuales damos respuesta a los desafíos de la vida, tanto en el terreno material como espiritual.

   En la primera etapa de nuestras vidas asimilamos un complejo mundo creado y heredado. Tomamos de ese mundo prefabricado, con todos sus aciertos y errores; crecemos y nos desarrollamos.

    Después, en especial, a partir de la adolescencia, el ser humano siente necesidad de transformar el mundo, que según su percepción es estático y mejorable.

   Cuando el individuo interactúa activamente en la vida, no solo en base a la definición del mundo recibida en su infancia, sino también  a partir de sus propias experiencias y conocimientos, tratará de crear su propia visión del mundo. Esto responde a la otra fuerza que mueve al ser humano: la innovación.

   La tradición e innovación, siendo dos fuerzas opuestas, se complementan. La tradición es una fuerza que consolida, contrae, retiene, sistematiza la experiencia humana. La innovación es la fuerza que cambia, corrige, transforma, expande, desprende, crea, mejora.

    Para que algo se convierta en tradición, tiene que funcionar  bien, de forma que el conjunto de la sociedad desee mantenerlo como pauta de conducta.

   De la misma forma,  para que la innovación desplace a la tradición, es necesario que demuestre que es capaz de mejorar y perfeccionar lo que hasta ahora se había considerado funcional y válido.

   La tradición y la innovación, no sólo afectan al mundo material. Todo ser  humano sabe y siente que la vida es también una oportunidad de perfeccionarse interiormente. Los valores espirituales, religiosos, éticos y morales, que la tradición nos ha aportado deben ser vistos desde una doble perspectiva: conservadora e innovadora. Conservemos lo que valga y modifiquemos lo que bloquee nuestro crecimiento.

   El gran objetivo común es construir un mundo de armonía en el que la fraternidad y la libertad sean sus pilares esenciales. Son esos, la fraternidad y la libertad, los dos criterios claves que nos permiten evaluar toda tradición y toda innovación y elegir que conservamos y que añadimos..

    En ese proceso de evaluación de la tradición y la innovación, el liderazgo femenino, impregnado de altruismo, de compasión y de excelencia, puede y debe jugar un papel clave.

   Que la jornada de hoy nos sirva de inspiración y apoyo para que cada una de nosotras asuma o renueve el compromiso de trabajar con firmeza para construir un mundo de fraternidad y libertad que todas anhelamos.